martes

otro lugar


en las noches de invierno el frío y el insomnio liberaban los fantasmas que habitaban en las alamedas (esos mismos que con la luz del sol solían convertirse en caleidoscopios)
aquel árbol desnudo, rozando mi ventana, iluminado sólo por estrellas, era la tristeza. sentía que formaba parte de las raíces mas sombrías del mundo, pero no tenia miedo del infierno, porque sabía que había otro lugar dónde los árboles crecían. lo miraba confiada, como se mira sólo eso que uno sabe que no nos ve. un viento misterioso lo acercaba a mis ojos y la oscuridad, estremecida, intentaba sujetar ese momento antes de que desapareciera para siempre. entonces, mi corazón rebozaba de un desconocido deseo de vivir y la noche se volvía atroz como el mal amor. no sabía, aún, que ese instante se parecería, después, a la mirada de mi padre resignando su manera de morir.