miércoles




memoria del viento

(era una noche de agosto. afuera las estrellas encendían la calle en presagio de escarcha. abríguese, hijita, agosto es embustero, falsea primaveras a la hora de la siesta…dijiste algo más que no alcancé a oír, mientras atizabas el fuego esperando que moviera mi ficha. jugábamos al dominó. te reías con ternura. te daba risa esa incapacidad mía para descubrir, resuelta, la jugada. es que yo estaba jugando otro juego; quería interrumpir el tiempo. pero no como en una foto. la foto es siempre un espectro quieto y mudo. yo quería que no te fueras, papá. quería seguir escuchando tu voz de marinero. quería verte caminar, escuchar tus pasos, tu música. quería abrazarte en tu infinita paciencia iluminando ese pequeño espacio del taller, colmado de relojes detenidos, que te esperaban para comenzar a andar. parecía que esa noche el viento iba a arrasar con todo. encendimos la lámpara. lo primero que hace el viento es dejar sin luz al pueblo. un conjuro. un soplo misterioso que sumerge todo en un profundo ensueño. era el año noventa y nueve y ya estabas enfermo. los dos sabíamos que habitábamos un paisaje a punto de extinguirse. uno se vuelve sabio de una sabiduría que quisiera no alcanzar nunca. hay despedidas que se extienden como un río de llanura, mansamente y sin prisa, esperando el desenlace. duele tanto morir sin prisa. sé que te dolía papá. sé que hubieras preferido la rebelión del mar como en tus fábulas de soldado. sin embargo, ahora, también eras paciente como con tus relojes. jugabas conmigo y en aquel simple dominó, el mundo se abría de par en par cuando movías las piezas con tus manos buenas, procurando rearmar la historia. intentando revocar el desconcierto de esa palidez que, en la inútil lucha contra el cáncer, se había aferrado para siempre a tus queridos gestos. parecías un ángel jugándote el destino. y nos reíamos. bajo el soplo del viento, que nos amparaba en ese país herido de muerte, los dos nos reíamos, con una risa serena y triste)