el ángel de piedra se estremece
cuando esa niña puro-ojos,
mitad cristal, mitad estrella
le roza la frente.
crujen los muebles
en las habitaciones abandonadas.
algo incita a los espejos
de las casas que murieron de
espera.
un cortejo de pájaros
sacude el lecho del pequeño río
y el trajín violento de los hombres
grises
desparece en el gentío.
una lágrima acaricia la mejilla
de aquel ángel quieto:
la ropa secándose en la paz del aire,
las naranjas creciendo en esplendor,
los mediodías palpitantes,
un reverbero de flores,
los árboles consagrados a la lluvia,
esos guijarros que hacen círculos
cayendo en el agua del estanque
-todo lo intenso de esta vida-
se enciende en el corazón del mundo
y brilla, brilla, brilla,
en la cóncava rutina de los días.