domingo

El diario de Amelie


Bajé del tren esa mañana de junio y sentí el frío como un latigazo. Me estremeció la soledad de la estación. El pueblo, pequeño, casi desierto. Nadie había venido a recibirme.
Recordaba de memoria el camino hacia la casa. Mis pasos rompían la escarcha que cubría el pasto de las veredas. Pensé en Amelie. En la primera vez que nos vimos.
Ella tenía el pelo recogido. La mirada inquietante. Al principio me pareció que era alguien muy difícil de abrazar. Mas tarde descubrí a un ser delicado y entrañable.

Yo misma la acompañé hasta aquí. Decidió irse de la ciudad y hacerse cargo de la biblioteca de este pueblo. Después, las cartas. Todas las semanas. Durante años.
Seguíamos juntas, casi sin darnos cuenta, por nuestra pasión: escribir.
Las cartas de Amelie, eran en realidad, relatos de su vida.

La casa estaba abandonada. Me detuve un instante antes de entrar.
Me pareció verla en el pasillo con su vestido azul.

No me atreví a venir antes. Sentí que hacía más frío dentro que fuera de la casa.
Me costaba cada movimiento. Era como cumplir con una ceremonia para la que me había preparado, pero a la que mi cuerpo oponía resistencia.

En el cajón de la mesa de luz estaban los papeles que venía a buscar.
Y junto a ellos, el diario de Amelie.

En un intento desesperado por entender y con esa manía, casi infantil, de empezar a leer los libros por el final, abrí el diario en las últimas páginas y leí:


25 de febrero
No puedo escribir nada más. Contar la historia hubiera sido una manera de revindicarme, pero no puedo. Recordar es un trabajo tedioso que termina por desestabilizarme y necesito estar entera. Sacar fuerzas de algún lado, que nadie lo note. Tendría que terminar lo que empecé, pero hace varios días apenas si puedo conmigo. Montañas de papeles en el cesto de basura, hojas en blanco que en cuanto comienzo a escribir, terminan por parecerme fantasmas que me acechan y que necesito hacer desaparecer para no volverme loca. Emmy no comprenderá jamás lo que me hizo. Como pudo llegar hasta aquí y hacer de mí esto que soy ahora. Esta que no soy, en realidad. Desaparecieron dos libros del estante 9. Recuerdo exactamente las caras de los últimos lectores a los que se los alcancé, vinieron juntos y en cuanto los vi tuve la sensación de que no tenían buenas intenciones. Eran jóvenes y parecían no tener nada que perder. El espacio vacío del estante 9 me perturba, no tolero la indiferencia de Helena, como si nada hubiera ocurrido. No ha dejado de llover desde la mañana. Estos días de lluvia parecen más largos. ¿Cómo puede ser que llueva tanto en verano? Esta sensación de inestabilidad me desconcierta. No soporto el ruido de la lluvia. Siento como si no estuviera dentro del universo. Como si fuera un sonido que escucho por primera vez y al que no logro acostumbrarme.

26 de febrero
“No hay otro silencio que el escrito”, dice Blanchot. Yo no estoy en nada de lo que escribí. No soy yo la que lo miró, la que lo acarició, la que lo amó. Cuando escribo en realidad sólo estoy en el silencio de la escritura, que es mi propio silencio. Sin dudas es el silencio lo que más aprecio de escribir. Hoy no vino a verme, yo sabía que no se iba a atrever después de lo que dijo. De todas maneras mañana tiene que venir a buscar el dinero, no debe tener ni para comprar un poco de pan. Hubiera preferido que las cosas no fueran así. Helena me dijo que va a empezar a trabajar una chica nueva en la biblioteca, parece que se dieron cuenta de que ya no puedo con todo. Otra vez tengo que explicar el detalle de los libros, sus lugares, su disposición. Conozco la biblioteca como la palma de mi mano. Lo que me disgusta es que estas chicas se quedan dos semanas, se dan cuenta de que el trabajo las aburre y me dejan sola con todo una vez más. Pero ahora tiene que ser distinto. Necesito detenerme un poco, tomar un descanso. Ya es tarde y estoy cansada. Emmy no puede entender, no puede escucharme, yo quise, intenté hacerle entender. Que en algún momento algo lo sacudiera. No puedo seguir así, con esta sensación desesperante de ser indiferente al mundo. Emmy es el mundo para mí.

27 de febrero
Hoy, mientras le hablaba, hacía trazos en mis hojas en blanco. Parecía no escucharme. Igual que la chica nueva que empezó en la biblioteca, yo me dí cuenta de que me miraba pero no me escuchaba. Emmy sólo dejó de escribir cuando sonó el teléfono, atento a lo que yo respondía. Ya está listo mi vestido azul. Mañana pasaré a buscarlo cuando salga de la biblioteca. Parece que él me escucha sólo cuando hablo con los demás. Le interesa lo que digo, como lo digo, pero no ocurre lo mismo cuando le hablo a él. Tendría que cambiar de lugar los papeles que guardo en el armario, ponerlos en un lugar visible. Están demasiado ocultos. Hoy mismo los guardo en el cajón de mi mesa de luz. Me pareció que quería decir algo, pero, ni una sola palabra. Sólo garabateaba en la hoja en blanco sin mirarme. Esperaba el dinero. Cuando se fue, vi que había escrito mi nombre sobre la hoja en blanco. Ahora sé que podría escribir lo que siento ante mi propio nombre escrito por su mano. Pero, estoy cansada. Tengo la sensación de haber vivido muchos más años que los que tengo. Estos días de verano, que antes me gustaban tanto, ahora me agobian y prefiero los cielos de invierno a este brillo excesivo que entra a través de la ventana.

28 de febrero
Llevé a la biblioteca los libros que más amo, pensé que era mejor que estuvieran a resguardo. Me puse el vestido azul, me hubiera gustado algunos centímetros más largo, pero ya no hay tiempo para cambios. Hoy hice demasiados trámites durante el día. Cosas pendientes que quedaron en orden. Llevé al correo la carta para Gabriela, es la única persona en el mundo en la que puedo confiar. Es, también, la única manera de asegurarme que Emmy tendrá lo que tanto desea. Yo dejaré, por fin, de ser ésta que no quiero ser. Los papeles importantes ya están en mi mesa de luz. Sólo él sabrá porque lo hice. Recordará que yo le dije que no me gustaban los suicidas. Que los odiaba, no por lo que se hacen así mismos, sino por lo que le hacen a los demás. Se lo dije ayer. Entenderá entonces, que lo hice por él y para él. Por su imposibilidad de amar. Sentirá que es mi regalo por su estúpido amor a la desdicha.


Salí de la casa. Pensé en Amelie y su mirada intensa.
El viento había empezado a soplar con fuerza.
El pueblo me parecía, ahora, una sombra de espanto.



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