viernes


preludio de agosto 

la tarde cayendo en la autopista
parece un espejismo,
un misterio agazapado a la hora del destino.
en la esquina, dos pájaros eternos
sostienen la pancarta que denuncia:
“en esta calle mataron a Rodolfo”.

(qué calle digna para morir /inmensa/
sin atajos ni guaridas/ a la intemperie)


un relámpago frío enciende
el preludio de una llovizna en los baldíos,
los perros y los niños restauran cicatrices
detrás de los umbrales,
alguien que intenta malabares,
desaparece en el torbellino de colores.

(ojalá el trillado desencuentro/el descarte fácil de mi alma/
el desprecio por mi corazón/la ingrata penitencia del silencio/
pudieran deshacerse en guijarros, estrellarse contra la vereda)


no hay nadie en el presuroso arrebato del gentío,
habita tanta soledad
en esa incandescencia de la muchedumbre.

es tan frágil el instante.

(ojalá este amor mío, inoportuno, que tanto lo fastidia/
pudiera destrozarse / morir dignamente a cielo abierto/
desangrarse sobre la avenida )


quién sabe, entonces,
el perfume a jazmín naciendo en mi vestido,
aquella luz de estrellas de pequeño pueblo,
que crece en mi pecho, todavía
destierren este paisaje oscuro
que duele en todo el cuerpo cada tarde.


quien sabe pueda , por fin, aferrarme a la vida
sin que lastime tanto el abandono.



(en Buenos Aires, San Juan y Entre Ríos; poema final)