domingo

Memorias de la infancia (los sabores del corazón)


Las tazas de té están sobre la mesa, preparadas como excusa del encuentro. Ella es una de esas mujeres entrañables que con sólo mirarlas una se siente amparada. ¿Te gusta el té con miel, no? y sirve en mi taza. Anoche preparé un budín de naranja, especialmente para vos, dice, mientras lo trae a la mesa. Aroma a naranja mezclado con vainilla.
De pronto, como en un sueño, aquellos días queridos se hacen tangibles. La casa de la señora Elisa y yo sentada en la falda de mi abuela esperando la ceremonia: el té de los domingos, en las tardes de invierno. A mí me gusta mojar un poquito en el té, si no te molesta, le digo, y mi amiga –con esa calidez que la hace única- dice, me lo imaginaba, podes hacer como te guste, es para vos. Mojo mi porción de budín en el té y apenas la llevo a mi boca, me parece escuchar a mi abuela que siempre preguntaba lo mismo: ¿Cómo lo hace? La señora Elisa con los labios bien pintados y la cara de color rosado, perfectamente maquillada, le repetía la receta: primero hay que batir la manteca con el azúcar, decía, entretanto yo miraba como cortaba la porción de budín destinada a mí, esponjosa, de color amarillo, con pedacitos de cáscara de naranja, de un color casi brillante. Después tiene que incorporar los huevos, la vainilla y la ralladura, todo muy bien mezclado y continuar batiendo, seguía diciendo, cuando la porción ya estaba deshaciéndose en mi boca. La calle por la que habíamos caminado con mi abuela, mientras cantábamos valsecitos criollos hasta llegar a la casa de la señora Elisa, es ahora una imagen presente, también los árboles raquíticos a los que el invierno le había robado las hojas y el sonido de mi corazón bajo el cielo interminable de aquel pueblo. Tiene que agregar la harina y el polvo para hornear y mezclar bien hasta unir todos los ingredientes, continuaba la señora Elisa y yo hacía durar en mi boca el budín mojado con el té, de la misma manera que lo hago durar ahora, en un intento por recuperar aquella evocación querida. Puede, si gusta, agregarle naranjas caramelizadas, lo coloca en el molde, lo deja cocinar unos 35 minutos, y listo. Todo esto lo decía, mientras se mezclaba el olor a naranja con el aroma de la colonia que usaba mi abuela los domingos.
¿Sabés como se hace el baño de glasé?, dice mi amiga, y me dispongo a escucharla, mientras la miro, con mis ojos humedecidos de infancia.

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