viernes

puerto silencio

por entonces  aturdían mis oídos el silbato del tren
y algunos nombres  fugaces y sombríos
pero poco a poco se fue apagando el aullido
y  la hilera de árboles se desvaneció
en la mirada triste de los fugitivos.

Azucena bebía el té en la Richmond
y de su boca zarpaba un barco,
sabía que detrás de las cortinas rojas
la esperaban un  puerto, un sauce
y el pequeño estanque de los primeros días.
  
su voz que sublevaba marineros de cartón
decía pétalos y ángeles.
ángeles fríos de la madrugada
que brillaban en un pabilo endeble.

a esa hora estaban vacíos todos los refugios,
justo un minuto antes de la herida perpetua 
pero ella me juraba , mirando fijamente aquel reloj,
que no existía el olvido
y le creía, tiernamente, le creía.

ahora nos separa un vidrio,
una distancia que llora a gritos  detrás de las cortinas rojas.
y no hay nadie en el reflejo

( yo soñaba el océano,
esperaba un milagro en el silencio )